SERIE "NO ES FACIL"
MANTENER UNA NORMA ELEVADA - Parte 3/4
En
este capítulo de nuestro trabajo veremos, a la luz de la Palabra de Dios, la respuesta bíblica
a las siguientes preguntas:
- ¿Cuál
es el plan secreto de Dios?
- ¿Qué
tiene que ver conmigo este plan?
- ¿Si
acepto a Cristo como mi Señor, qué obtengo?
- Más
allá de mi decisión: ¿Qué hizo Jesús por mí?
- ¿Dónde
debo centrar mis pensamientos, dónde poner mi corazón?
Desarrollo:
Querido
amigo:
Quisiera que sepas cuánto he batallado en oración por ti, y por los
muchos amigos que nunca he tenido el gusto de conocer personalmente.
He pedido a Dios lo siguiente: que te animes y que, unido estrechamente
a tus hermanos por las fuertes ataduras del amor, alcances la rica
experiencia de conocer a Cristo con genuina certidumbre y clara comprensión.
Porque el plan secreto de Dios, que ya por fin ha sido revelado es Cristo mismo. En
Él yacen escondidos los inmensos e inexplotados tesoros de la sabiduría
y el conocimiento. Digo esto porque temo que alguien pueda
engañarte con palabras bonitas, y porque a pesar de que me encuentro
lejos de ti, mi corazón está a tu lado.
Ahora
bien, de la misma manera que confiaste en Cristo para que te salvara,
confía en Él también al afrontar los problemas cotidianos. Vive en
unión vital con Él, enraizado en él, y nútrete de Él. Mantén un ritmo
de crecimiento en el Señor, y fortalécete y vigorízate en la verdad.
¡Reboza de gozo y de acción de gracias al Señor! No dejes que nadie
te dañe esa fe y ese gozo con filosofías erradas y huecas, basadas
en tradiciones humanas y no en las palabras de Cristo.
Porque
en Cristo hallamos la plenitud de Dios encarnada en un cuerpo humano.
Teniendo a Cristo lo tienes todo, y al estar unido con Él, estás lleno
de Dios. Además, Él es la “potestad suprema”, y tiene autoridad sobre
cualquier principado o potestad.
Cuando
aceptaste a Cristo, Él te libertó de los malos deseos, no por medio
de esa operación quirúrgica llamada circuncisión, sino por medio de
una operación espiritual: “el bautismo del alma”. En el bautismo,
tu vieja naturaleza murió con Cristo y fue sepultada con Él; pero
en Su resurrección resucitaste con Él a una “nueva
vida”, mediante la fe en la Palabra del poderoso Dios que lo
resucitó.
Tu estabas muerto en pecados y en incircuncisión, pero Dios te vivificó
con Cristo y te perdonó tus pecados. La prueba acusatoria que había
contra ti, es decir, la lista de mandamientos que no habías obedecido,
quedó anulada, clavada en la cruz de Cristo. De esta manera Dios despojaba
a Satanás del poder de acusarte de pecado, y proclamaba al mundo el
triunfo de Cristo en la cruz.
Ahora
que hemos visto lo que Dios hizo por nosotros por medio de la obediencia
perfecta de Cristo, quiero expresarte que en el mundo en que vivimos,
muchos hombres imponen (o pretenden imponernos) reglas humanas, pero
tu has que nadie te critique por cuestiones de comidas o bebidas,
o por cuestiones tales como días de fiesta, lunas nuevas o días de
reposo. Estas son sólo reglas temporales, no son más que la sombra
de lo que ha de venir, pero la verdadera realidad “SE HALLA EN CRISTO”.
No dejes que te condenen esos que se hacen pasar por muy humildes
y que dan culto a los ángeles, que pretenden tener visiones y que
se hinchan de orgullo a causa de sus pensamientos humanos. Ellos no
están unidos a la cabeza (que es Cristo), a la cual nosotros, que
formamos Su cuerpo, estamos unidos por medio de fuertes junturas y
ligamentos, y crecemos a medida que recibimos de Él nutrición y fortaleza.
Cristo (la Cabeza) nos hace crecer a nosotros (Su cuerpo) al alimentarlo
y unir cada una de sus partes conforme al plan de Dios.
Tu
has muerto con Cristo y ya no estás sujeto a los poderes que dominan
este mundo. ¿Porqué, pues, vives como si todavía fueras del mundo,
sometido a reglas tales como: “No toques eso, no comas aquello, no
lo tomes en tus manos”?
Todas estas reglas tienen que ver con cosas que se acaban con el uso,
y solo son mandatos y enseñanzas de hombres. Es verdad que tales cosas
pueden parecer sabias, porque exigen cierta religiosidad y humildad
y duro trato del cuerpo, pero son cosas que no honran a nadie, pues
solo sirven para satisfacer los deseos puramente humanos.
Por
lo tanto, ya que has sido resucitado con Cristo, busca las cosas del
cielo, fija tu mirada en las grandes riquezas y el indescriptible
gozo que tendrás en el cielo, donde Él ocupa junto a Dios el sitio
más excelso de honor y poder. Deja que el cielo sature tus pensamientos,
y no pierdas el tiempo en las cosas de este mundo. Tu
“verdadera vida” está en el cielo con Cristo y Dios. Y cuando Cristo,
que es tu vida, regrese, resplandecerás con Él y serás manifestado
con Él en gloria.
Amigo
querido, te aliento a que junto con la presente, vuelvas a leer las
dos primeras reflexiones de esta serie.
Tómate tu tiempo.
Aparta un tiempo para conocer a Quien dio su vida por ti.
Dios anhela bendecirte con todo conocimiento, a fin de que puedas
vivir la vida verdadera “manteniendo una
norma elevada”. La decisión es “exclusivamente tuya”; pues
Jesús ya cumplió totalmente con Su parte.
Perdón:
¿te escucho preguntarme cuál es la “norma elevada” a que me refiero?
Aguárdame hasta la próxima reflexión y lo sabrás (y mientras lo haces,
no dejes de releer varias veces esta carta, pues contiene la clave
de tu prosperidad espiritual !!!)
Te
hago una invitación especial:
regálale una hora de tu vida a Dios, a cambio de una vida eterna.
En el peor de los casos, (me refiero a que decidas no aceptar a Jesús
como tu Señor, perdonándote, liberándote y llenándote de paz, salud,
prosperidad, amor, consuelo, esperanza, fe, bondad, mansedumbre, templanza,
etc. etc.), no habrás invertido más que una hora de tu tiempo, o sea,
lo mismo que haber mirado una mala película en tu cine favorito. Piénsalo
!!!
En su servicio, Daniel Liandro.
En todo tiempo ama el amigo,
Y es como un hermano en tiempo de angustia.
(Provervios 17:17)