SERIE "NO ES FACIL"

MANTENER UNA NORMA ELEVADA - Parte 3/4

En este capítulo de nuestro trabajo veremos, a la luz de la Palabra de Dios, la respuesta bíblica a las siguientes preguntas:

  1. ¿Cuál es el plan secreto de Dios?
  2. ¿Qué tiene que ver conmigo este plan?
  3. ¿Si acepto a Cristo como mi Señor, qué obtengo?
  4. Más allá de mi decisión: ¿Qué hizo Jesús por mí?
  5. ¿Dónde debo centrar mis pensamientos, dónde poner mi corazón?

 Desarrollo:

Querido amigo:
Quisiera que sepas cuánto he batallado en oración por ti, y por los muchos amigos que nunca he tenido el gusto de conocer personalmente.
He pedido a Dios lo siguiente: que te animes y que, unido estrechamente a tus hermanos por las fuertes ataduras del amor, alcances la rica experiencia de conocer a Cristo con genuina certidumbre y clara comprensión. Porque el plan secreto de Dios, que ya por fin ha sido revelado es Cristo mismo. En Él yacen escondidos los inmensos e inexplotados tesoros de la sabiduría y el conocimiento. Digo esto porque temo que alguien pueda engañarte con palabras bonitas, y porque a pesar de que me encuentro lejos de ti, mi corazón está a tu lado.

Ahora bien, de la misma manera que confiaste en Cristo para que te salvara, confía en Él también al afrontar los problemas cotidianos. Vive en unión vital con Él, enraizado en él, y nútrete de Él. Mantén un ritmo de crecimiento en el Señor, y fortalécete y vigorízate en la verdad. ¡Reboza de gozo y de acción de gracias al Señor! No dejes que nadie te dañe esa fe y ese gozo con filosofías erradas y huecas, basadas en tradiciones humanas y no en las palabras de Cristo.

Porque en Cristo hallamos la plenitud de Dios encarnada en un cuerpo humano. Teniendo a Cristo lo tienes todo, y al estar unido con Él, estás lleno de Dios. Además, Él es la “potestad suprema”, y tiene autoridad sobre cualquier principado o potestad.

Cuando aceptaste a Cristo, Él te libertó de los malos deseos, no por medio de esa operación quirúrgica llamada circuncisión, sino por medio de una operación espiritual: “el bautismo del alma”. En el bautismo, tu vieja naturaleza murió con Cristo y fue sepultada con Él; pero en Su resurrección resucitaste con Él a una “nueva vida”, mediante la fe en la Palabra del poderoso Dios que lo resucitó.
Tu estabas muerto en pecados y en incircuncisión, pero Dios te vivificó con Cristo y te perdonó tus pecados. La prueba acusatoria que había contra ti, es decir, la lista de mandamientos que no habías obedecido, quedó anulada, clavada en la cruz de Cristo. De esta manera Dios despojaba a Satanás del poder de acusarte de pecado, y proclamaba al mundo el triunfo de Cristo en la cruz.

Ahora que hemos visto lo que Dios hizo por nosotros por medio de la obediencia perfecta de Cristo, quiero expresarte que en el mundo en que vivimos, muchos hombres imponen (o pretenden imponernos) reglas humanas, pero tu has que nadie te critique por cuestiones de comidas o bebidas, o por cuestiones tales como días de fiesta, lunas nuevas o días de reposo. Estas son sólo reglas temporales, no son más que la sombra de lo que ha de venir, pero la verdadera realidad “SE HALLA EN CRISTO”.
No dejes que te condenen esos que se hacen pasar por muy humildes y que dan culto a los ángeles, que pretenden tener visiones y que se hinchan de orgullo a causa de sus pensamientos humanos. Ellos no están unidos a la cabeza (que es Cristo), a la cual nosotros, que formamos Su cuerpo, estamos unidos por medio de fuertes junturas y ligamentos, y crecemos a medida que recibimos de Él nutrición y fortaleza. Cristo (la Cabeza) nos hace crecer a nosotros (Su cuerpo) al alimentarlo y unir cada una de sus partes conforme al plan de Dios.

Tu has muerto con Cristo y ya no estás sujeto a los poderes que dominan este mundo. ¿Porqué, pues, vives como si todavía fueras del mundo, sometido a reglas tales como: “No toques eso, no comas aquello, no lo tomes en tus manos”?
Todas estas reglas tienen que ver con cosas que se acaban con el uso, y solo son mandatos y enseñanzas de hombres. Es verdad que tales cosas pueden parecer sabias, porque exigen cierta religiosidad y humildad y duro trato del cuerpo, pero son cosas que no honran a nadie, pues solo sirven para satisfacer los deseos puramente humanos.

Por lo tanto, ya que has sido resucitado con Cristo, busca las cosas del cielo, fija tu mirada en las grandes riquezas y el indescriptible gozo que tendrás en el cielo, donde Él ocupa junto a Dios el sitio más excelso de honor y poder. Deja que el cielo sature tus pensamientos, y no pierdas el tiempo en las cosas de este mundo. Tu “verdadera vida” está en el cielo con Cristo y Dios. Y cuando Cristo, que es tu vida, regrese, resplandecerás con Él y serás manifestado con Él en gloria.

Amigo querido, te aliento a que junto con la presente, vuelvas a leer las dos primeras reflexiones de esta serie.
Tómate tu tiempo.
Aparta un tiempo para conocer a Quien dio su vida por ti.
Dios anhela bendecirte con todo conocimiento, a fin de que puedas vivir la vida verdadera “manteniendo una norma elevada”. La decisión es “exclusivamente tuya”; pues Jesús ya cumplió totalmente con Su parte.

Perdón: ¿te escucho preguntarme cuál es la “norma elevada” a que me refiero? Aguárdame hasta la próxima reflexión y lo sabrás (y mientras lo haces, no dejes de releer varias veces esta carta, pues contiene la clave de tu prosperidad espiritual !!!)

Te hago una invitación especial: regálale una hora de tu vida a Dios, a cambio de una vida eterna. En el peor de los casos, (me refiero a que decidas no aceptar a Jesús como tu Señor, perdonándote, liberándote y llenándote de paz, salud, prosperidad, amor, consuelo, esperanza, fe, bondad, mansedumbre, templanza, etc. etc.), no habrás invertido más que una hora de tu tiempo, o sea, lo mismo que haber mirado una mala película en tu cine favorito. Piénsalo !!!

En su servicio, Daniel Liandro.
En todo tiempo ama el amigo,
Y es como un hermano en tiempo de angustia.
(Provervios 17:17)

 
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