EL ARBOL DE LA PLAZA:
En la plaza central del pueblo debían quitar
un gran roble, el enorme árbol que con el paso de los años
se había convertido en un símbolo del lugar. Hasta en el
escudo del pueblo se dibujaba su silueta. El roble había enfermado
de un extraño virus. Corría el riesgo de caerse y de contagiar
a los árboles más cercanos. Ya se había hecho todo
lo posible por salvarlo y la triste determinación de derribarlo
provocaba en los vecinos una profunda sensación de impotencia.
No es fácil determinar la causa de un problema y no es el camino
más agradable tomar la decisión de solucionarlo.
Los leñadores llegaron una mañana con
sierras automáticas y hachas. Los vecinos se reunieron en la plaza
para presenciar su caída. Esperaban oír el estrépito
producido por el choque del inmenso árbol contra el suelo. Suponían
que los hombres empezarían a cortarlo por el tronco principal,
en un lugar lo más pegado a la tierra. Pero en vez de esto, los
hombres colocaron escaleras y comenzaron a podar las ramas más
altas. En ese orden, de arriba hacia abajo, cortaron desde las más
pequeñas hasta las más grandes. Así, cuando terminaron
con la copa del árbol, sólo quedaba el tronco central, y
en poco tiempo más, aquel poderoso roble yacía cuidadosamente
cortado en el suelo.
El sol, ahora, cubría el centro del parque.
Su sombra ya no existía, era como si no hubiera tardado medio siglo
en crecer, como si nunca hubiera estado allí.
Los vecinos preguntaron por qué los hombres
se habían tomado tanto tiempo y trabajo para derribarlo. El más
experimentado leñador explicó: "Cortando el árbol
cerca del suelo, antes de quitar las ramas, se vuelve incontrolable y
en su caída, pueden quebrar los árboles más cercanos,
o producir otros destrozos. Es más fácil manejar un árbol
cuando más pequeño se le hace".
El inmenso árbol de la preocupación,
que tantos años ha crecido en cada uno de nosotros, puede manejarse
mejor si se lo hace lo más pequeño posible. Para lograrlo,
es aconsejable podar en principio, los pequeños obstáculos
que nos impiden el disfrutar de cada día, y así, ir quitando
el temor de que en el intento de librarnos de éstos y mejorar,
todo se derrumbe.
En ese orden, quitando al comienzo los pequeños problemas podemos
gradualmente ir llegando al tronco principal de nuestras preocupaciones.
Para cambiar hay que realizar una tarea a la vez, quitar las ramas de
la preocupación una en una, ocuparnos y no preocuparnos, tal como
indica la palabra. Reconocer nuestros errores y tener el valor para enfrentarlos,
establecer las prioridades y los objetivos en la vida, y mantener una
verdadera determinación para librarnos poco a poco de todo el peso
que nos impide trabajar, crecer, disfrutar y vivir, transformando nuestras
ansiedades, miedos y preocupaciones en coraje, esperanza y fe.
Luzma.